miércoles, 16 de enero de 2008

Una búsqueda incesante

En el cuento El Inmortal[1], Jorge Luis Borges relata la historia de un tribuno romano que busca y finalmente encuentra, el río cuyas aguas le dan la inmortalidad. Pero en la lectura se va descubriendo un subrelato que adquiere importancia en razón de ir definiendo algo que nos pertenece a todos, ya que aparece como el sueño que ha permanecido por siglos en las más íntimas entretelas de la personalidad humana.
Hoy diríamos que hay una incrustación, un locus en nuestra conformación genética, que nos lleva a la búsqueda de la inmortalidad.
Quizás allí encuentren resonancias las proposiciones de Espinoza[2] o las angustiosas preguntas de Miguel de Unamuno[3].
Y posiblemente sea así, ya que por miles de años esa conducta va repitiéndose en la historia. Y lo que se manifiesta en la ficción es en realidad un anhelo profundo que se percibe, se intuye, en patrones de conducta de generaciones.[4]
Y de esa búsqueda se va conformando un recorrido que podría asociarse también con los millares de peregrinos que siguieron el Camino de Santiago, aún antes de que se denominara así, y hasta nuestros días.
La búsqueda de la curación, la búsqueda de la vida eterna, parecen haber sido caminos de muchos pueblos y ese occidente hacia el que se dirigían todos es un fluir que no se detiene ni aún hoy.
El Finisterre, ese lugar donde termina Europa y adonde llegan los peregrinos no parece ser el fin. Pese al mensaje aterrador del mar (“en el pensamiento antiguo el océano se veía como la amenaza continua del cosmos, de la tierra, las aguas primordiales que podían sumergir toda vida”[5]), hubo quienes cruzaron la líquida frontera y prosiguieron, porque era más fuerte el sueño que la realidades físicas.
En el cuento de Borges, el encuentro de la vida eterna termina con una desilusión. En la vida real los hombres siguen transitando denodadamente el camino y esto quizás haya sido lo que me ha llamado la atención: más que la historia, más que el hallazgo, la trama fue indicando esa pulsión interior de la sustancia humana, comprobada una y otra vez en diferentes tiempos y geografías.
Quizás hoy, los que hemos transitado por milenarios caminos sin saber muy bien por qué, estábamos repitiendo con un sentido litúrgico esa marca genética. Y en el cumplimiento de esa búsqueda hemos encontrado un partícula de una antigua identidad.
Ir hacia occidente, cruzar los límites del Finisterre, ha sido un mandato que no se agota en el descubrimiento de un misterio, sino que sigue siendo un procedimiento que abre las puertas del ser.
Borges lo supo decir mejor.

[1] Jorge Luis Borges - El inmortal -Nueva Antología Personal-
[2] Baruch de Espinosa- Ética – Demostración según el orden geométrico
[3] Miguel de Unamuno- Del sentimiento trágico de la vida -
[4] El conquistador Ponce de León buscó la fuente de la juventud en la recién descubierta América
[5] Joseph Ratzinger- Jesús de Nazaret

1 comentario:

Julia dijo...

Excelente la reflexión en relación al cuento de Borges y lo que significa el peregrinaje.

Como no sé dónde opinar en relación al texto "Memorias de lo Eterno", agrego en este mismo comentario que me parece todo tan acertado que tengo que meditar y volver a leerlo más tranquila para poner algo más que flores al autor. Además, volviendo a citar al maestro, "hablar es incurrir en tautologías", por lo que espero que, con un poco de meditación, pueda hacer un comentario menos tautológico que evidente.

MJS