domingo, 6 de abril de 2008

La mirada en el tiempo y la mirada desde lo eterno

De una conversación con Roque:
Le refiero que muchas veces sin buscarlo, veo en los rostros de la gente que me rodea, rasgos de la infancia o de la juventud, si es el caso de que se trate de quienes conozco hace mucho tiempo.
Que esa capacidad de encontrar en los rostros de hoy, los rostros amados de otras épocas, me hace pensar en una especie de continuidad afectiva que aquilata los afectos presentes. Que en las personas que he conocido de adulto, evidentemente no se da ese fenómeno y entonces veo en ellos un rostro sin una profundidad de tiempo, no puedo hallar los rasgos del niño, y en la imposibilidad de penetrar en el pasado, tiene una especie de inmediatez que se agota en los rasgos faciales, en las expresiones y, a lo mejor, limitan la profundidad de los afectos que me unen hacia ella. Para ellos me está vedado el sabor de la infancia o de la adolescencia.
Roque se siente entusiasmado por mi comentario e inmediatamente saca una conclusión de tipo teológica:
Trato de reconstruir la idea: Dice que eso debe ser semejante a un don de Dios. Que Dios nos ve en la eternidad, como fuimos, como somos y como seremos, que esa permanencia de la imagen a través del tiempo, debe ser semejante a la mirada de Dios desde la eternidad, que nos ve siempre de la misma manera y que los cambios dados por el tiempo son nada más que circunstancias. Que la imagen que tiene El de nosotros debe ser una imagen eterna, como no puede ser de otra manera.
En ese asemejarse de nosotros con Dios, que está especificado en el “Seréis como dioses”, debe estar comprendida esa capacidad que nos da el amor hacia otras personas. Dios nos mira así eternamente.
No pasan demasiados meses para que encuentre en el “Otro poema de los dones”[1] la siguiente frase: “por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad”
Desde otro punto de vista, muy alejado de la teología, el poeta intuye la mirada de la divinidad con esa característica de ver en lo eterno.
De la misma manera que me hizo ver Roque desde lo teológico, Borges lo hace desde lo poético.
Estas coincidencias me hacen pensar que, a veces, uno piensa cosas que necesitan de pareceres más profundos para validarlos. Modos distintos de ver lo mismo, pero que le dan forma a una intuición, como la fórmula matemática que consolida una intuición científica.
Aunque la propuesta no sea absolutamente similar, aunque haya variaciones, puede resultar bueno el siguiente razonamiento: lo que se vive tiene que ver con dones profundos que nos han sido dispensados y que actúan en nosotros.
Una especie de piloto automático que nos conduce por caminos que la lógica poco ayuda a sospechar que transitamos.


[1] Jorge Luis Borges-Nueva Antología Personal-“otro poema de los dones”